Prohibición de alimentos chatarra a niñas y niños no termina con ambientes obesogénicos: María de Lourdes Silva Fernández

  • Estos entornos se encuentran, principalmente, en la casa, la escuela o el trabajo y la comunidad.

Combatir de manera frontal los ambientes obesogénicos en México tiene que ir más allá con prohibir productos a menores de edad, pues ésta no es más que una acción miope y electorera que no resuelve la problemática.

Así lo aseguró la licenciada en Nutrición y maestra en Ciencias de la Salud, María de Lourdes Silva Fernández, en entrevista para el Laboratorio de Datos contra la Obesidad (LabDO).

Son muchos los factores por los que una persona se encuentra en un ambiente que perpetúa el sobrepeso, desde los sociales, emocionales, hasta los económicos y socioculturales, por lo que las estrategias, además de ser diversas deben ser diferentes a lo hecho hasta el momento para poder lograr resultados distintos, destacó la también Directora de la Facultad de Nutrición de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

En menores, por ejemplo, los ambientes obesogénicos se determinan porque tienen fácil acceso a una gran cantidad de alimentos con un bajo contenido nutrimental, toda vez que en la casa, las familias toman decisiones incorrectas y compran alimentos que piensan que son adecuados pero terminan siendo todo lo contrario, añadió.

En general, de manera consciente, los padres a veces compran productos que no son tan buenos, pero lo hacen porque se les antojan y las niñas y los niños tienen la facilidad de tomarlos de la alacena en la casa, por lo que ésta se vuelve un entorno obesogénico, explicó la especialista.

La escuela, agregó, es otro espacio en el que las y los menores tienen fácil alcance, porque pueden comprar en esos lugares y en las tiendas, juguitos, frituras, yogures y todo ese tipo de alimentos que, además, no son tan caros.

Y también está el ambiente de la comunidad, es decir, el de la colonia en la que se desarrolla el individuo, donde igualmente es muy sencillo acceder; “de hecho a los niños, normalmente, se les premia comiendo, con un alimento, con una golosina, y todo eso es un ambiente en el cual se le enseña que sobrealimentarse es correcto”, sin importar que “yo ya esté satisfecho” y “yo sigo comiendo porque es parte de esta forma en la cual se desarrolla toda la comunidad”, mencionó.

Es por ello que la prohibición no es una política que ofrezca realmente una solución, toda vez que el problema no solo es ese, sino eso, más la inactividad, sumada a que los niños están solos todo el día porque las mamás trabajan y situaciones emocionales muy fuertes que resuelven con la comida.

“Se trata de un problema sistémico, que una sola solución no es viable”, enfatizó.

“No solo nos mandaron de la noche a la mañana a trabajar en casa, niños y adultos”, dijo, sino a una situación de incertidumbre que, emocionalmente, la gente viene cargando y que tiende a solucionar esos problemas emocionales con la comida y es un ciclo, no un círculo vicioso, en el cual hay un mal sentir y conforme pasa el tiempo con la pandemia, las personas están con depresión, encerradas, comiendo más, o quizás no, pero sin moverse, que eso es lo más grave, sin actividad física.

Por otra parte, indicó que los adultos que tienen que asistir a sus trabajos también están expuestos a una manera fácil de conseguir alimentos que no son saludables, toda vez que son más económicos y rápidos de adquirir.

Finalmente y dejando de lado las políticas públicas, subrayó que las personas en lo individual pueden identificar y hacerse conscientes de que hay un problema. Y aunque insistió en que no hay una solución real sobre los ambientes obesogénicos, como dejar de comer o comprar, sugirió hacer una campaña sobre los hábitos de consumo, es decir, informarse sobre qué tipo de alimentos se adquieren en el supermercado, además de hacer conciencia sobre la importancia de la actividad física.